¿Héroe o villano? El fútbol profesional te otorga o te arrebata un todo en un minuto.
Héroe.
Recuerdo los dos instantes de mi
vida que me han hecho ser héroe.
Aquel 20 de mayo de 1992 en Wembley,
el año glorioso de Barcelona. En un segundo se fabricó una sala del museo de mi
equipo sólo para mí.
El balón rozaba mis pies, dudando.
Dentro del área pensé: “estoy cerca de la portería”. Di un par de vueltas sobre
mí mismo, queriendo controlar el esférico que parecía huirme. Llegué a hincar
mis rodillas contra el césped en un intento torpe y aparatoso de no dejarlo ir,
“no te vayas”, le supliqué. El balón me guiñó el ojo y tampoco quiso marcharse con
los tres defensas contrincantes que me rodeaban, que me presionaban. Cuando
divisé el palo y enfoqué la mirada hacia la camiseta de color rosa del portero
que flexionaba sus rodillas, en un ademán de robustez, pero a la vez receloso,
intentando adivinar cuál sería mi elección, pensé que no podía reaccionar de
otro modo que no fuese golpeando el balón con todas mis fuerzas. Mi pierna
temblaba pero, de nuevo, el balón no quiso irse con nadie más y se entregó a
las mallas, danzando y giñándome el otro ojo. El vigilante de la portería se
hizo muy pequeño.
Ganamos 1 a 0, y dicen, creo que con
razón, que aquella copa de Europa cambió la historia de mi equipo. Hicimos
historia. Yo y él. Él y yo. Voy a visitarlo, a menudo, a mi sala dedicada, ya
no me guiña los ojos pero me recuerda que fue él, y no yo, quien quiso que yo
fuese quien soy.
Coincidí con el portero de rosa dos
años después, en Estados Unidos. Eran cuartos de final del Mundial y el azar
nos enfrentó a Italia. Nada menos que Italia. Allí estaba él, de cancerbero
titular, entonces vestido de verde. No se atrevió a mirarme, pero yo no podía
parar de hacerlo, agradecido, compadecido. Ni me di cuenta de que pitaban el
inicio. Buscaba a mi balón, pero aquél era otro, no era él, y tuve miedo de su
reacción.
Mi compañero me colgó el otro balón
desde nuestro campo que me botó allí mismo, en el balcón del área. Botaba y
botaba. Botaba y yo sólo esperaba a que bajase, que me viniese a los pies, para
poder golpearlo contra la portería. Estaba ansioso por repetir mi momento. Y
allí estaba él, vigilando la portería, casi rozándome en los morros, en tensión.
Cuando por fin el balón dio con el suelo, cerré los ojos y chuté mordido y
raso, justo por debajo de su cadera. El portero voló en forma de estrella a
tapar hueco. Reaccionó, sí, pero no pudo evitar contemplar cómo Wembley se reproducía.
El balón entró lento, torpe, como a su aire, bromeando y haciéndome un favor. Inmediatamente después el guardameta me clavó
sus ojos incrédulos con violencia y se me desconectó, resentido.
"Siempre recordaré este gol,
por mis compañeros, por mi entrenador, por mi país", apuntaron los diarios
al día siguiente de haber eliminado a Italia. No recuerdo el pronunciar aquellas
palabras, pero todos afirman que sí lo hice. El arquero abatido confesó en la
rueda de prensa que al ver que me acercaba con el balón controlado, cerró los
ojos y pensó que ya estaban eliminados. No rebatí su versión, pues era digna y
creíble, pero sólo yo sé que no cerró los ojos. Titulares y más titulares que
me convertían, otra vez, en héroe: "Podemos ser campeones del mundo”. Y lo
fuimos. Eliminamos en semifinales a Bulgaria, y el 17 de julio de 1994, en los
Ángeles, ganamos a Brasil. Nada menos que Brasil. Éramos defensivos, no éramos brillantes,
pero éramos fuertes y ganamos.
Villano.
A veces intercambian algunas
palabras por teléfono. Con los años han entablado una curiosa relación, casi de
telegrama, que se reduce a un par de frases recelosas pronunciadas con el
énfasis de quienes hablan del tiempo: "Tú me arruinaste la carrera" –
le espeta el uno – “No, fuiste tú, que chutaste cerrando los ojos y el balón
quiso venirse conmigo, fuese vestido de rosa o de verde” – le responde el otro
-. Han llegado a pensar que la conversación, de tan gastada, huele a cenizas.
Esos días las tornas fueron así. Si el
otro no hubiese parado aquellos dos goles y el uno hubiera tenido la fortuna
del otro, ahora la bota del uno estaría en el museo y tendría toda una sala
dedicada. ¿Héroe o villano?
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