Entrada destacada

Rosa y verde

¿Héroe o villano? El fútbol profesional te otorga o te arrebata un todo en un minuto. Héroe. Recuerdo los dos instantes de mi vida que...

16 de juny 2016

Rosa y verde


¿Héroe o villano? El fútbol profesional te otorga o te arrebata un todo en un minuto.

Héroe.

Recuerdo los dos instantes de mi vida que me han hecho ser héroe.


Aquel 20 de mayo de 1992 en Wembley, el año glorioso de Barcelona. En un segundo se fabricó una sala del museo de mi equipo sólo para mí.

El balón rozaba mis pies, dudando. Dentro del área pensé: “estoy cerca de la portería”. Di un par de vueltas sobre mí mismo, queriendo controlar el esférico que parecía huirme. Llegué a hincar mis rodillas contra el césped en un intento torpe y aparatoso de no dejarlo ir, “no te vayas”, le supliqué. El balón me guiñó el ojo y tampoco quiso marcharse con los tres defensas contrincantes que me rodeaban, que me presionaban. Cuando divisé el palo y enfoqué la mirada hacia la camiseta de color rosa del portero que flexionaba sus rodillas, en un ademán de robustez, pero a la vez receloso, intentando adivinar cuál sería mi elección, pensé que no podía reaccionar de otro modo que no fuese golpeando el balón con todas mis fuerzas. Mi pierna temblaba pero, de nuevo, el balón no quiso irse con nadie más y se entregó a las mallas, danzando y giñándome el otro ojo. El vigilante de la portería se hizo muy pequeño.

Ganamos 1 a 0, y dicen, creo que con razón, que aquella copa de Europa cambió la historia de mi equipo. Hicimos historia. Yo y él. Él y yo. Voy a visitarlo, a menudo, a mi sala dedicada, ya no me guiña los ojos pero me recuerda que fue él, y no yo, quien quiso que yo fuese quien soy.

Coincidí con el portero de rosa dos años después, en Estados Unidos. Eran cuartos de final del Mundial y el azar nos enfrentó a Italia. Nada menos que Italia. Allí estaba él, de cancerbero titular, entonces vestido de verde. No se atrevió a mirarme, pero yo no podía parar de hacerlo, agradecido, compadecido. Ni me di cuenta de que pitaban el inicio. Buscaba a mi balón, pero aquél era otro, no era él, y tuve miedo de su reacción.

Mi compañero me colgó el otro balón desde nuestro campo que me botó allí mismo, en el balcón del área. Botaba y botaba. Botaba y yo sólo esperaba a que bajase, que me viniese a los pies, para poder golpearlo contra la portería. Estaba ansioso por repetir mi momento. Y allí estaba él, vigilando la portería, casi rozándome en los morros, en tensión. Cuando por fin el balón dio con el suelo, cerré los ojos y chuté mordido y raso, justo por debajo de su cadera. El portero voló en forma de estrella a tapar hueco. Reaccionó, sí, pero no pudo evitar contemplar cómo Wembley se reproducía. El balón entró lento, torpe, como a su aire, bromeando y haciéndome un favor.  Inmediatamente después el guardameta me clavó sus ojos incrédulos con violencia y se me desconectó, resentido.

"Siempre recordaré este gol, por mis compañeros, por mi entrenador, por mi país", apuntaron los diarios al día siguiente de haber eliminado a Italia. No recuerdo el pronunciar aquellas palabras, pero todos afirman que sí lo hice. El arquero abatido confesó en la rueda de prensa que al ver que me acercaba con el balón controlado, cerró los ojos y pensó que ya estaban eliminados. No rebatí su versión, pues era digna y creíble, pero sólo yo sé que no cerró los ojos. Titulares y más titulares que me convertían, otra vez, en héroe: "Podemos ser campeones del mundo”. Y lo fuimos. Eliminamos en semifinales a Bulgaria, y el 17 de julio de 1994, en los Ángeles, ganamos a Brasil. Nada menos que Brasil. Éramos defensivos, no éramos brillantes, pero éramos fuertes y ganamos.

Villano.

A veces intercambian algunas palabras por teléfono. Con los años han entablado una curiosa relación, casi de telegrama, que se reduce a un par de frases recelosas pronunciadas con el énfasis de quienes hablan del tiempo: "Tú me arruinaste la carrera" – le espeta el uno – “No, fuiste tú, que chutaste cerrando los ojos y el balón quiso venirse conmigo, fuese vestido de rosa o de verde” – le responde el otro -. Han llegado a pensar que la conversación, de tan gastada, huele a cenizas.

Esos días las tornas fueron así. Si el otro no hubiese parado aquellos dos goles y el uno hubiera tenido la fortuna del otro, ahora la bota del uno estaría en el museo y tendría toda una sala dedicada. ¿Héroe o villano?
-----------------